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O quizá el bosque.
17 octobre 2011

"¡Ayudame a mirar!"

Borrarlo todo y empezar de nuevo, como si hubiera que vivir nuestras nueve vidas de gatos antes de llegar a la sabiduría tolerable. Elegir el español que mal amo, el que mal odio, que a duras penas sigue hablando. Y dejar la cita de abajo, en recuerdo de dos años de olvido. 

La depresión es un estado más interesante que la brutal - pero insospechada - felicidad de los ingleses que frecuento a diario. Me anunciaron ayer que mi hermano se había puesto a tomar pastillas de tal felicidad. Ya no sé exactamente cuál es mi opinión en este tema. Me duele que sabios le vayan a cortar conexiones en el cerebro, o lo que sea, por lo menos así lo veo, así lo había entedido al leer con miedo tratados contra esos métodos. Todavía me parece que es sano ir mal. Aún si siempre. Y, obviamente, peco con habérselo aconsejado, aquella noche de despedida cuando fue urgente que encontremos nueva manera de movernos. Como si pudiera afirmar con pura certeza que despertarse de veinte años de aburrimiento (o, más bien, de odio) le sería saludable. Vaya impulsión de fraternidad. 

Por mi parte y de momento mantengo buenas relaciones con mi cerebro. Le doy su dosis cotidiana de endorfinas, risas, magnesium y reflexiones y ya no tenemos ganas de anihilarnos uno al otro. Lo noto en la posibilidad de sentir algo de placer en leer poesia, en ver melodramas (en cantidad homeopática, claro) o en reírme hasta el final de tal embriaguez. Pero como, a la vez, ya no se tiene ganas de ir más alla de si mismo, de describir la canción desesperada ni de saberse de memoria lineas de poemas húngaros, yo no llamaría eso mejoración sino cambio, aclimatación, y así volvemos a lo de mi hermano, one pill makes you larger, one pill makes you small. 

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